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Esta historia encuentra su comienzo en el mismísimo albor de los tiempos.
Dos divinidades hermanas, que en el cielo habitaban, sumidas en la aburrida monotonía siempre estaban. Entonces, un día, hastiadas y cansadas, decidieron crear un mundo de la nada.

De la primera jornada, resultaron la Noche y el Día.
En la segunda, concibieron el Cielo y el Mar.
Y no fue hasta el tercer amanecer, cuando la Tierra seca fue creada, y ambas deidades la cubrieron de diversa vida vegetal.
Al cuarto día, componen los cuerpos celestes, poniendo especial ahínco en la formación del Sol y la Luna, que ayudarían a sus creaciones posteriores a registrar el tiempo pasar.
En el quinto, llevaron la vida a las aguas, y donde hasta entonces había reinado la quietud, se plagó de criaturas del mar.
Entonces, llegó el sexto día, en el que, además de repartir por el mundo a cientos de seres terrestres, dieron lugar a su creación más preciada y perfecta. Tomando el barro y el polvo del paraíso que habían hecho juntos, tanto el Dios, Athraw, como la Diosa, Théa, lo moldearon a su imagen y semejanza. Así fue cómo Dios creó al primer hombre, Adán, y cómo la Diosa creó a la primera mujer, Lilith.
Finalmente, el Sol salió a la séptima mañana, y ambos dioses decidieron retirarse a descansar y disfrutar de su creación, observando a lo lejos todo lo que sus criaturas hacían.

Dos divinidades hermanas y dos deidades enfrentadas. La cuestión que debemos preguntarnos no es “¿Dónde estará el vencedor? ¿En qué bando?” sino cuántas vidas serán cobradas y cuántas piezas sacrificadas. Y como dice el dicho latino... la guerra es dulce solo para aquellos que no la han vivido.